Narciso Rodríguez volvió a hacer una salida triunfal en la gran jornada de las firmas latinas de la Semana de la Moda de Nueva York.
El que era príncipe de la moda latina en Nueva York, el diseñador de origen cubano Narciso Rodríguez, apuntó ayer directo a la gran corona con una nueva colección.
Siempre con elementos contados, con una paleta de colores limitadísima, Rodríguez consigue encontrar el matiz de la sorpresa minimalista, la que no abre la boca sino que dilata la pupila.
En su apuesta primavera-verano apostó por colores como el ónix, el alabastro, el perla o el ámbar. Su característico estilo arquitectónico demanda tonos que parezcan llevar años allí enriqueciéndose y pausándose, aunque siempre deja un destacado protagonismo para el blanco y el negro.
Sus modelos, casi sílfides, comienzan abrazadas por cazadoras, luego pasan a camisas, vestidos y abrigos cuyos pliegues están calculados al milímetro y cuyas texturas son porosas y marmóreas. Pero no un mármol cincelado, sino recién sacado de Carrara, lleno de poros e imperfecciones, como el efecto "non finito" de una Pietá Rondanini de Miguel Ángel.
Esa sensación de diseños pétreos se combina con otros modelos que marcan la cintura con un entramado de capas que producen un limpísimo caos y, en otras ocasiones, la pedrería se derrama en diagonal sobre los inmaculados vestidos como si fuera la estela de un meteorito suspendida en la ingravidez del universo femenino.
Rodríguez juega a romper su armonía con un fajín naranja o con un print apasionado en medio de la quietud. Y como siempre que juega, sea sobre seguro o con pequeñas pinceladas de riesgo, gana por goleada.
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